¿Por qué el economista es Caballero?
Revista Que Pasa de Chile (27 de noviembre de 2009)
La elite empresarial chilena eligió a Ricardo Caballero como el economista más seguido e influyente del último tiempo. El liderazgo del ingeniero comercial de la Universidad Católica de Chile (PUC) y director del prestigioso Departamento de Economía del Massachusetts Institute of Technology (MIT) -quien durante 25 años ha jugado en las grandes ligas de la academia global-, es tan contundente como justificado. ¿Por qué Caballero merece esta distinción?
Primero, por haber sido un observador/actor privilegiado de la crisis económica y de sus desarrollos posteriores. Siguiendo su metáfora médica, no sólo estuvo en el lugar del paro cardíaco, contemplando las fibrilaciones, escuchando y aconsejando a los cardiólogos, sino que además debatió con ellos sobre sus causas, y propuso las soluciones más eficientes. Lo hizo como ningún economista latinoamericano, como muy pocos a nivel mundial.
De hecho, al cabo de casi dos años y medio, desde las primeras arritmias, Caballero dejó plasmadas sus interpretaciones y recomendaciones en al menos 20 columnas de opinión y en unos 15 estudios académicos. Entre ellos, destacó el presentado este año en la famosa conferencia económica de Jackson Hole en Estados Unidos, que reúne a las principales autoridades monetarias mundiales, donde volvió a proponer un esquema basado en seguros para enfrentar o prevenir las crisis en el futuro. Su idea consiste en exigirle a las instituciones financieras que paguen una prima al Estado por instrumentos contingentes que garanticen ciertos activos de los balances. Estos seguros se activarían en situaciones de pánico para acotar las pérdidas de capital y el desapalancamiento.
Segundo, porque para sustentar sus ideas y sugerencias se ha mantenido pensando e investigando en forma rigurosa, desarrollando sus “propios modelos”. Pensar “es mi único deporte favorito” declaró hace unos años. Y pese a su pronóstico de que a los investigadores en economía -como a los pilotos de guerra- la cuerda se les agota cerca de los 40 años, él mismo ha sido una excepción. No sólo ha sobrepasado en una década ese presunto límite, sino que lo ha hecho moviendo la frontera del conocimiento, justamente en los temas que ahora dominan la escena económica: desbalances globales, interrupciones repentinas de financiamiento externo (sudden stops), ataques especulativos, contagio y burbujas de activos, crisis financieras, y sus mecanismos de prevención y resolución. En ese sentido, podríamos decir que anticipó ésta y otras crisis.
Tercero, porque tanto dichas investigaciones como su “olfato económico” -ese que reconoce haber adquirido en el pregrado de la PUC-, lo han llevado a apartarse de los lugares comunes, a rescatar las esencias, y a entregar miradas originales. Por ejemplo, en cuanto a las causas de la crisis, ha minimizado el rol de los desbalances globales, del excesivo endeudamiento (apalancamiento), o de la supuesta falta de regulación. También le ha quitado responsabilidad a los bancos centrales y a la política monetaria, así como tampoco les dio mayor crédito en “La Gran Moderación” del crecimiento y la inflación, acontecida en las décadas previas. En contraste, según su análisis, la crisis fue principalmente el resultado del déficit de activos “seguros” (de clasificación AAA) que viene experimentando el mundo desde hace tiempo, de la excesiva concentración de riesgo sistémico (y de activos complejos) dentro de sistema financiero, y de la fuerte descoordinación e incapacidad de algunas autoridades para enfrentar la crisis. Según Caballero, el gobierno estadounidense tardó demasiado en estabilizar el sistema y exacerbó el pánico con la caída de Lehman Brothers, anteponiendo erróneamente consideraciones de riesgo moral. “Paulson -el secretario del Tesoro- era un dealmaker, no alguien que entendiera de economía”, llegó a afirmar.
También ha desafiado el consenso al estimar que el mundo no parece haber cambiado mucho tras la crisis. Además de la sobrevivencia del capitalismo, la globalización y el rol subsidiario del Estado -tendencias que han sido puestas en duda por otros economistas-, Caballero sigue planteando que persisten condiciones cíclicas que, si bien pueden ser una fuente de inestabilidad, parecen incubar otra bonanza para nuestra región. Destaca, entre otras, la persistencia de los excesos de ahorro; el déficit crónico de activos financieros “seguros” a nivel global; la mayor demanda por “instrumentos simples”, y el rol de China tanto al ponerle un piso más alto al crecimiento mundial como al prolongar ciertas presiones desinflacionarias. Como resultado, sigue emergiendo un escenario extendido de tasas de interés históricamente bajas y rotación de burbujas.
Cuarto, a Caballero se lo reconoce por su independencia y capacidad didáctica. Por un lado, sin compromisos políticos, ideológicos o dogmáticos que puedan contaminar su labor científica. Por otro, con una habilidad destacable entre sus pares para transmitir las ideas más complejas en forma simple y concreta. Quizá por una condición innata, quizá por el oficio de enseñar durante 25 años.
Quinto, a Caballero también se lo reconoce por su enfoque metodológico y epistemológico. Para ser un gran economista no sólo se requiere desarrollar o adscribirse a buenas teorías económicas. No sólo son necesarios buenos modelos y juicios asertivos y certeros. Además de todas estas condiciones, él también cultiva la sabiduría y la humildad científica, virtudes que quizás abundan en sus círculos, pero que escasean en otros. Y que se expresan al admitir errores de pronóstico frente a una audiencia, como su moderado optimismo de mediados de 2008, justo antes del colapso. O al reconocer las limitaciones de la ciencia económica, la enorme incertidumbre en la que se desenvuelve y los grandes riesgos de hacer juicios categóricos. Al decir “no sé” cuando emergen preguntas ajenas a sus especialidades o a sus temas de investigación.
Caballero es, en definitiva, un ejemplo de economista y de cientista social, tanto para las nuevas generaciones como para las viejas. Alguien que además no deja de influir en el diseño de las políticas públicas de Chile, como lo hizo este año al impulsar la instalación en la PUC de una sede del centro para combatir la pobreza del MIT (J-Pal). También por eso merece esta distinguida posición en la encuesta de Qué Pasa. Por eso también mantiene tanta vigencia.