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China: Austeridad para la Prosperidad

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Durante los últimos meses la atención económica ha estado centrada en la situación de Europa y el riesgo de que su crisis fiscal comprometa la nueva bonanza mundial, o desencadene otra crisis financiera. Sin embargo, no perdamos de vista que estamos en un mundo bipolar, en transición desde el siglo de EE.UU al de China, con Europa y Japón perdiendo importancia relativa. Por lo tanto, la atención debería reorientarse a la evolución del gigante asiático, especialmente si la economía norteamericana –el otro gran motor- tiende a estabilizarse. Miremos hacia oriente.

Desde 1978, cuando comenzaron las reformas liberalizadoras, China ha crecido a una tasa promedio de 10%, multiplicado por 12 su ingreso per cápita y reducido la pobreza desde 85% a 25% de la población. Dicho proceso debería continuar en los próximos años, favorecido por el gap de ingreso aún vigente con los países desarrollados y la elevada disponibilidad de mano de obra rural. Así, todavía tiene un gran potencial de convergencia considerando que su ingreso actual se asimila al de EE.UU en 1940. Por otro lado, hay aún unos 200 millones de chinos con potencial de emigrar desde el campo a la ciudad y engrosar la fuerza de trabajo manufacturera. Ambos factores justificarían las estimaciones del FMI y otras entidades de de otra década de elevado crecimiento.

En contraste con otros procesos históricos de desarrollo, el de China ha tenido la virtud de ir acompañado con altas tasas de ahorro internas, lo que se ha reflejado en cuentas externas superavitarias y en una gran acumulación de reservas internacionales. Es decir, China ha crecido sin depender  del financiamiento externo, sino que por el contrario siendo un exportador de ahorro, sobre todo a EE.UU. Aunque suene paradójico, podríamos decir que su progreso se ha venido construyendo en la frugalidad, más que en un exceso de gasto. Tanto esto como la emigración rural-urbana, le han permitido mantener el yuan muy depreciado (sin generar presiones inflacionarias), y contribuir a la estabilidad mundial de precios y a las bajas tasas de interés globales.

Y fue gracias a esos ahorros acumulados que el gobierno pudo reaccionar a la crisis de 2008 con un fuerte impulso al gasto público y privado. Como resultado, la economía no sólo evitó la recesión mundial, creciendo 9% en 2009, sino que se expandió 12% en este primer semestre, transformando las presiones deflacionarias en inflacionarias. Han emergido, por tanto, síntomas de sobrecalentamiento que fueron induciendo medidas de ajuste en el último tiempo.

Junto con el aumento de la tasa referencial y los encajes bancarios, se restringieron los créditos, se contrajo la inversión pública y se quitaron algunos estímulos fiscales. Además, recientemente, se continuó con la reforma cambiaria iniciada en 2005 –año que el yuan comenzó a fijarse frente a una canasta de monedas- al acelerar el tránsito hacia una mayor flotación. Así, al permitir una revaluación moderada y gradual durante los próximos años, el tipo de cambio actuaría como una válvula de escape de las mayores presiones inflacionarias. Más que por la magnitud de los ajustes involucrados y su impacto positivo en el rebalanceo del crecimiento mundial, en las materias primas y en la inflación global en dólares, esta medida es importante para prevenir ajustes abruptos en el futuro.

Este programa –si bien enfriará la economía en el corto plazo- debería hacer sostenible una expansión en torno a la meta de 9% y evitar un ajuste abrupto y violento en el futuro. Pero esto no está exento de algunos riesgos que, a priori, parecen manejables.

Respecto al crecimiento existen amenazas de escenarios extremos. Por un lado, no puede descartarse un nuevo sobrecalentamiento, aunque éste parece acotado por la moderación de la expansión mundial y los ajustes mencionados. En contraste, también está el riesgo de un sobreenfriamiento derivado de correcciones en los precios de los activos (inmobiliarios y financieros) que comprometiera la estabilidad del sistema bancario. Sin embargo, no hay evidencia concluyente por ahora sobre grandes burbujas y, en caso que las hubiera (y exploten), sus consecuencias podrían amortiguarse dado el bajo nivel de endeudamiento público y la fuerte intervención estatal ya imperante a nivel financiero.

En términos más estructurales, los riesgos más preocupantes pasan por el alto grado de centralización en las decisiones económicas y por el potencial exceso de crédito dirigido a “levantar elefantes blancos” o inversiones de dudosa rentabilidad.

Pero, en definitiva, el escenario central delineado para China sigue siendo favorable para EEUU, para Chile y Uruguay y el resto de los países emergentes. De él sigue aflorando un piso más elevado para el crecimiento mundial, la prolongación de precios históricamente altos para los productos básicos y condiciones financieras expansivas. Y también la gran lección de que la austeridad es un ingrediente fundamental para la prosperidad.

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