El cisne negro uruguayo
Semanario Búsqueda, 10 de febrero de 2011
En la última crisis mundial la idea del cisne negro ganó difusión y popularidad por su aplicación al terreno de las finanzas y las inversiones. En su bestseller de 2007, “The Black Swan”, el libanés Nicolas Taleb —un reconocido y exitoso trader de instrumentos financieros en Nueva York, devenido en ensayista filosófico— caracterizó con ese concepto aquellos eventos raros, de impacto extremo y de predictibilidad retrospectiva (no prospectiva). Eso es un cisne negro. Lo fue, originalmente, el oscuro ejemplar aparecido en la blanquísima fauna de la Australia de fines del siglo XVII. Y lo es, en definitiva, todo hecho con muy baja probabilidad de ocurrencia y consecuencias incalculables, que casi nadie es capaz de anticipar.
En materia de inversiones, los uruguayos hemos convivido con nuestro propio cisne negro durante las últimas cuatro décadas. Las crisis financieras de 1982 y 2002, con las consiguientes maxidevaluaciones cambiarias, fueron eventos extremos que terminaron por condicionar el manejo de nuestros ahorros y las formas de invertir. Los portafolios quedaron estructurados apostando mayoritariamente al dólar y a la proximidad de una gran devaluación de la moneda nacional. Es decir, hemos vivido con la expectativa constante de reaparición de nuestro cisne negro. Pero salvo en esos dos momentos de nuestra historia, salvo en períodos muy cortos de tiempo, el dólar ha sido un muy mal negocio, como el propio presidente del Banco Central expresó en diciembre pasado. “He perdido plata como loco en los últimos 20 años”, señaló Mario Bergara al reconocer que sus ahorros los había invertido mayoritariamente en la divisa norteamericana.
Como es sabido, dicho proceso de descapitalización por invertir en dólares ha sido un fenómeno más general, que trasciende a Uruguay, y que se relaciona con la tendencia sistemática al debilitamiento internacional que ha mostrado esa divisa en los últimos 50 años. Salvo en períodos excepcionales, como a principios de los ’80 o en la segunda mitad de los ’90, el mundo ha enfrentado mayoritariamente un ciclo de alta inflación en dólares y apreciación real del resto de las monedas. Este proceso comenzó a mediados de los ’70 con la caída del sistema de Bretton Woods y el desarrollo de políticas expansivas de demanda, pero ha estado determinado, en definitiva, por la pérdida de importancia relativa de Estados Unidos y el mayor crecimiento de los países emergentes.
Si bien los uruguayos hemos intentado defendernos o capturar esa inflación en dólares a través de la inversión en activos inmobiliarios (desde campos hasta apartamentos), en materia financiera hemos tenido pocas alternativas para hacerlo. Hasta hace pocos años, ni los demandantes de recursos (Estado, instituciones financieras en general), ni los oferentes de ahorro, tenían mucha predisposición a explorarlas. En cambio, en la actualidad, con la creación de la Unidad Indexada (UI) a la inflación en 2002 y la acertada desdolarización de la deuda pública impulsada en los últimos años, se ha ido reconstruyendo el mercado de moneda nacional y ampliando la oferta de instrumentos. Con todo, el proceso ha sido lento, ya que como reconoce el propio Bergara, la preferencia por el billete verde sigue siendo un tema más bien cultural.
Sin embargo, hay dos elementos que deberían acelerar ese cambio. Por un lado, en la dimensión de la rentabilidad, emerge el buen desempeño histórico que habría tenido la UI frente a las típicas alternativas de inversión en dólares. Como la UI se reajusta por Índice de Precios al Consumo, es posible simular su existencia y la de algún instrumento financiero asociado durante varias décadas antes de su creación. Y el resultado no deja de sorprender. Si consideramos los últimos 40 años —etapa que incluye las grandes devaluaciones de 1982 y 2002, que juegan a favor del dólar—, la rentabilidad de haber invertido simplemente en UI habría sido similar al rendimiento de un depósito en dólares de corto plazo. El sesgo en contra de la divisa norteamericana es aún más concluyente si al “instrumento ficticio en UI” le suponemos, como es plausible, que hubiera devengado cierto interés.
Además de la rentabilidad, está por otro lado la dimensión del riesgo. Y aquí, más que una sorpresa, se advierte una gran paradoja. Al invertir gran parte de nuestros ahorros en dólares, lo hemos hecho con la mente puesta en ese “cisne negro” que puede aparecer cada 20 años y la minimización de sus efectos, pero a costa de asumir el riesgo enorme y sistemático de quedar expuestos a la inflación en dólares y desprotegidos respecto al aumento de los precios de la canasta de consumo. Cierto. El índice más representativo del gasto de los uruguayos —el destino último de los ahorros— es el IPC, por lo que lo natural sería canalizarlos en instrumentos financieros ligados a su evolución.
En definitiva, al estructurar en el largo plazo las carteras de inversión de los uruguayos, deberíamos hacerlo dándole más énfasis a las “buenas propiedades” de la UI y menos importancia al riesgo de irrupción de nuestro cisne negro.
Hola Aldo, muy interesante tu articulo, lo que no me cierra mucho es porque si el dolar es tan malo los chinos tienen sus reservas en dolares. Según he leído.
Saludos
Hay que distinguir dos conceptos: los activos financieros del Banco Central y los activos financieros del sector privado. Los activos financieros del Banco Central, tanto Uruguay como China, suelen invertirse en dólares por la escasez de otras monedas globales líquidas y ampliamente aceptadas como «reserva de valor». En el caso de los activos financieros del sector privado, aquellos derivados del ahorro generado por años por los consumidores y las empresas, en China se invierten mayoritariamente en yuanes, mientras que en Uruguay se mantienen en dólares. A esto último hacía referencia mi artículo, a las «reservas» y ahorros del sector privado.
El tema que le veo a la UI es que no hay ociones líquidas!
Yo puse unas UI en el BROU, pero mínimo 6 meses plazo fijo, hay alguna opción más líquida?