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El eslabón perdido

diciembre 14, 2012 Deja un comentario Go to comments

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Ni en la discusión de la coyuntura, ni en los libros o cursos de macroeconomía, las expectativas recibieron gran atención hasta hace 25 años. Fue recién desde mediados de los ochenta cuando se les dio mayor importancia, gracias a los avances teóricos y empíricos desarrollados en las dos décadas previas.

Hoy, en el debate de algunos temas coyunturales en Uruguay (la inversión, el precio del dólar y la inflación) el papel asignado a las expectativas es todavía bastante secundario, en contraste con el que le atribuye la macroeconomía moderna.

¿Por qué las expectativas son importantes? ¿Cómo influyen en las variables mencionadas?

Las familias, las empresas y el gobierno suelen tomar sus decisiones económicas tratando de proyectar las variables que los afectan (ingresos, costos, etc). El comportamiento altamente incierto de estas los induce a formular expectativas sobre el futuro para poder elegir intertemporalmente. Si bien, en principio, se asumió que los agentes actuaban en forma estática o adaptativa, dándole al pasado una altísima ponderación, ha ido ganando terreno durante las últimas décadas la hipótesis de las expectativas racionales. Se estima que una mayoría aprende de los errores del pasado, “mira hacia adelante” y optimiza, en base a toda la información a su disposición.

Esto genera un proceso de retroalimentación entre las expectativas y la política económica.

Por un lado, las expectativas se configuran en base a las señales que van entregando las autoridades de gobierno. Por otro, todas las políticas, pero sobre todo las fiscales y monetarias, deben reaccionar o anticiparse a las expectativas de los agentes. Es aquí donde la estabilidad de ciertas reglas y políticas, así como la credibilidad en ellas, se vuelven factores fundamentales en el logro de algunos objetivos y en la eficiencia/eficacia para conseguirlos.

Por ejemplo, para continuar creciendo y alcanzar el desarrollo, Uruguay requiere -además de un alto aporte de la productividad- un aumento sostenido (y adicional) del capital físico y humano. Estas inversiones implican elecciones intertemporales de las empresas y personas -sacrificar consumo presente por ingresos futuros- que dependen, en última instancia, de las rentabilidades esperadas. Y estas, a su vez, se van configurando en base a expectativas sobre el desempeño estructural previsto para la economía y el consiguiente manejo de las políticas públicas.

Que estas pierdan calidad o credibilidad no es gratis. Serán costosos los crecientes desequilibrios macro, la intervención en precios y salarios, los graves problemas de gestión en el caso Pluna, su quiebra amparada en una ley especial, el sistemático incumplimiento de la meta inflacionaria, la amenaza constante a cambios tributarios a sectores específicos, y la mayor (y extendida) discrecionalidad gubernamental.

Todo ello podría reflejarse en peores expectativas y menor confianza de los agentes. Y ello en sus decisiones de inversión.

También suele subestimarse el rol de las expectativas en el comportamiento del tipo de cambio. Efectivamente es cierto que su valor spot (actual) depende –arbitraje mediante- de cambios en el diferencial entre las tasas de interés internas y externas. Pero la teoría y la evidencia empírica sugieren que dicho efecto es despreciable comparado con el impacto de cambios esperados en su valor futuro.

Son, otra vez, las expectativas las que producen las grandes variaciones del spot y sobre todo aquellas referidas al comportamiento previsto para sus fundamentos. Más que cambios en el arbitraje de tasas, importa qué le pasará al dólar globalmente, a los precios de las exportaciones, al diferencial de crecimiento respecto al resto del mundo, a la demanda privada y al gasto fiscal.

Por último, a partir de la síntesis neoclásica-keynesiana de las últimas décadas, con la hipótesis de la tasa natural, que a la larga vincula la inflación al dinero y descarta una relación inversa con el desempleo, las expectativas tienen un rol crucial en la estabilidad de precios, especialmente en el corto plazo.

Este es el eslabón perdido en el debate y políticas del tema inflacionario en el Uruguay actual. Si las expectativas se mantienen altas (y crecientes), no basta que los salarios reales crezcan con la productividad, o que se modere la expansión (real ex ante) del gasto fiscal o que haya acuerdos transitorios de precios, para moderar la inflación. En los procesos de fijación de precios todos los agentes –empresas, asalariados y gobierno- actuarán racionalmente incorporando altas expectativas y/o defendiendo mecanismos correctivos contra nuevas sorpresas en la inflación.

Haber perdido la credibilidad en el manejo inflacionario tampoco será gratis. Primero, se pierde rápido, pero cuesta mucho recuperarla. Segundo, a menor credibilidad en las metas y políticas, mayor el costo en actividad requerido para moderar la inflación. Por último, quizá haga necesario un programa de estabilización que contemple medidas de fondo en todos los frentes (salarial, fiscal y monetario/cambiario), cuya magnitud  dependerá del entorno externo y del retraso en adoptarlo.

Las expectativas son el eslabón perdido en múltiples dimensiones. Como pueden comprometer el ciclo de prosperidad, es urgente reencauzarlas.

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