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Argentina: lenta agonía

Argentina tuvo en 2012 una muy mala cosecha en materia económica, pero sin alcanzar el umbral de gran debacle que suele pronosticarse. Aterrizaje de actividad, estancamiento del mercado laboral, creciente déficit fiscal, mayor salida de capitales y fuerte alza del dólar caracterizaron, a grosso modo, el desempeño del año pasado. Todo lo cual refleja un agudo contraste con los ejercicios anteriores, no atribuible al entorno global, el cual –en el neto- fue muy favorable para América Latina. Así lo evidencia la buena cosecha de Chile, Perú, Uruguay y otros países de la región.

Según cifras oficiales, el crecimiento de Argentina pasó desde casi 9% en 2011 a 1,8% en 2012. Esto equivale a un cuasi estancamiento de acuerdo a las mediciones privadas más fidedignas.

Si bien algún impacto negativo provino de la desaceleración de Brasil, el aterrizaje obedeció al agotamiento de las políticas de demanda –expansión monetaria y fiscal- y a las medidas anti inversión/crecimiento promovidas en el último tiempo. Destacaron, entre otras, el proteccionismo vía controles crecientes a las importaciones y restricciones a las exportaciones, el menosprecio de los derechos de propiedad implícito en la expropiación de YPF, la represión financiera expresada en tasas de interés negativas en términos reales, la intensificación de los controles de capitales y el mayor dirigismo estatal con nuevas intervenciones sectoriales.

Por su parte, la aceleración de la inflación se reflejó en que –pese al cálculo oficial de una cifra de 10,6% para el cierre anual- las estimaciones de varias consultoras situaron la cifra “verdadera” en 25-30%, cerca de 5 puntos porcentuales más que en 2011. Esto se explicó por el creciente financiamiento monetario del déficit fiscal y la mayor depreciación del peso, tanto en el mercado oficial como paralelo.

Todo ello en el contexto de un mundo reflacionario, donde se prolongaron los altos precios de las materias primas y la inflación global en dólares.

Este escenario de estancamiento con inflación –estanflación- y agudo deterioro de las expectativas exacerbaron las perspectivas de devaluación del peso y de demanda por dólares, ya de por sí alimentadas por la gran emisión monetaria.

Esa salida de capitales, que en el último trienio totalizó 4% del PIB, fue financiada con el superávit comercial (más ahorro de los hogares, menos inversión de las empresas), pero sobre todo con reservas internacionales. Para limitar las pérdidas y/o evitar alzas adicionales del tipo de cambio, el gobierno acentuó los controles de capitales y esto impulsó los mercados cambiarios informales.

Como resultado, el “dólar paralelo” subió 60% en el último año, alcanzando los 7,8 pesos, con una brecha de 55% respecto al oficial, que ya está en 5 pesos, tras un aumento de 20% en igual período. Esto no ha implicado, por ahora, un aumento real del tipo de cambio para los exportadores, dada la aceleración inflacionaria y la obligación de liquidar en el mercado formal. Y menos de su competitividad, comprometida además por otros costos y trabas. Pero si sí está ocurriendo un abaratamiento en dólares de algunos bienes y servicios, lo que podría impulsar flujos turísticos y/o contrabando hacia la región.

¿Será todo esto el preludio de esa gran debacle –económica y social- largamente anunciada?

Si bien la probabilidad de ese evento sigue aumentando, no parece el escenario central para el corto plazo. En 2013, Argentina seguirá en una agonía lenta, con un “aislamiento progresivo”, tal como ocurrió en los sesenta, sobre el final del “desarrollo hacia adentro”.

Hay también coincidencias con lo registrado en los ochenta, pero sin el riesgo hiperinflacionario, al menos por ahora. Tampoco hay que esperar una crisis financiera como la de 1982 o 2002 dada la jibarización del sistema bancario y la menor dolarización.

En cuanto a la actividad, la economía argentina se verá algo favorecida este año por un entorno externo marginalmente mejor y ciertos estímulos propios del ciclo político ligado a las elecciones parlamentarias.

Del exterior habrá algo de más impulso debido al mayor crecimiento mundial, la reactivación de Brasil, la debilidad extendida del dólar, la prolongación de las bajas tasas de interés, y los altos precios de los granos y otras materias primas.

En lo interno, habría intentos de una mayor expansión monetaria y fiscal, junto con alguna moderación de las trabas comerciales o la inversión y un clima más favorables para las cosechas agrícolas.

Esto no basta para retomar altas tasas de crecimiento este año, pero es suficiente para cierta recuperación. Así parecen sugerirlo algunos indicadores de actividad y el alza de 50% registrada por la Bolsa de Valores en los últimos dos meses.

Con todo, esa leve mejora se vería oscurecida por las presiones sobre el tipo de cambio y los precios derivadas del crecimiento de 40% de la emisión monetaria. La “inflación verdadera” y quizás los salarios nominales podrían también converger hacia esa cifra, lo cual –combinado con el deterioro estructural de la productividad- hace dudar sobre la capacidad de una recuperación genuina de competitividad.

Por lo tanto, en el neto, Argentina seguiría igual durante 2013: con estanflación y crisis en cámara lenta, acumulando presiones para una posterior implosión, cuyo detonante podría estar en un severo deterioro del entorno externo.

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