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Transiciones inciertas, frágiles y complejas

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El chileno Ricardo Caballero es considerado el economista latinoamericano más destacado a nivel mundial. Tras su doctorado en el Massachusetts Institute of Technology hace 25 años y un breve paso por la Universidad de Columbia, fue contratado como profesor vitalicio por el propio MIT, donde incluso llegó a ser director de su prestigioso Departamento de Economía.

Caballero no ha parado de investigar en macroeconomía y lo ha hecho con un sesgo notoriamente aplicado. Esto lo ha llevado a asesorar a algunos de los principales bancos centrales del mundo e incluso, más recientemente, a trabajar para Wall Street. Podría decirse que hoy divide su tiempo entre Boston y Nueva York, entre la academia y los mercados financieros.

Desde hace casi una década, Caballero expone su visión sobre la economía global sólo una vez en el año. Eso fue lo que aconteció esta semana en Santiago, en el Seminario Anual del Grupo Security.

Si tuviera que sintetizar su presentación en una “nube de palabras”, el término que destacaría sería “transición”. Las principales economías del mundo están embarcadas en transiciones que son muy diferentes entre sí, pero que tienen como común denominador la complejidad, fragilidad e incertidumbre que las caracteriza, junto con su permanencia en la escena mundial por un buen tiempo.

Estados Unidos enfrenta dos grandes transiciones. Por un lado, su economía evoluciona desde La Gran Recesión hacia un ciclo de dinamismo económico consolidado. Esto parece sustentado en sus fortalezas estructurales, las políticas macro expansivas, la mayor producción de energía y el impulso al gasto privado derivado de los renovados aumentos de riqueza.

La otra gran transición estadounidense –mucho más incierta y compleja- corresponde al proceso de retiro de los estímulos por parte de la Reserva Federal. Muchas dudas afloran respecto a cómo se hará la normalización monetaria y qué efectos finalmente tendrá en la propia economía de EEUU, pero sobre todo en el resto del mundo. Será una ingeniería compleja abandonar primero la compra de bonos, ir devolviendo al mercado aquellos ya adquiridos y articular finalmente el proceso (gradual) de alza de tasas cortas.

China, por su parte, también enfrenta dos transiciones simultáneas.

La primera, según Caballero, corresponde a la decisión acertada del gobierno de ajustar los desbalances que generaron las políticas expansivas compensatorias de la crisis global de 2008-2009. Concretamente, esto implica moderar la expansión del crédito, luego que subiera en casi 75 puntos del PIB durante el último quinquenio, y atenuar el déficit de casi 10% del PIB que –bien medidas- muestran las cuentas fiscales.

La segunda transición, en parte derivada de la anterior, es hacia un crecimiento definitivamente más bajo, desde tasas en torno a 10% a cerca del 7%, con un mayor aporte del consumo privado y una menor incidencia de la inversión (y del gasto público). Esto plantea enormes desafíos porque exige reorientar el sistema financiero, las políticas públicas y los hábitos de los consumidores. Cualquier país podría salir mal parado de este proceso, pero China ha sorprendido con su manejo macro en el pasado.

Europa, en tanto, parece estar “en un veranito de San Juan”, según Caballero. No están resueltos los grandes problemas estructurales, ni la tensión política detrás de las grandes asimetrías entre sus integrantes. Las recientes mejoras, con una eventual salida “técnica” de la recesión, tienen un carácter más bien cíclico, asociadas a la gran expansión monetaria impulsada por el Banco Central Europeo durante el último año. El equilibrio sigue siendo frágil y caracterizado por un crecimiento mediocre, en el mejor de los escenarios. Por lo tanto, siguen latentes los riesgos de movilizaciones sociales y políticas en algunos países periféricos, agobiados por el alto desempleo. Y como consecuencia también las dudas sobre un rebrote de los problemas financieros o una eventual desintegración.

Para Japón los pronósticos de corto plazo son positivos tras el programa del primer ministro Abe que incluye ciertas reformas económicas, algo de mayor inversión pública y sobre todo, una gran expansión monetaria. Pero todo esto es insuficiente para ser optimista en el largo plazo ya que –además de llegar 25 años tarde- no necesariamente soluciona los grandes problemas estructurales: la elevadísima deuda pública y la compleja situación demográfica.

Para América Latina y el resto del mundo emergente, que las principales economías enfrenten estas transiciones inciertas, frágiles y complejas, tiende a reafirmar un escenario menos favorable o definitivamente adverso, hacia el resto de esta década.

Una combinación de menor crecimiento en China y condiciones financieras más restrictivas en EEUU es la transición más compleja para nuestros países, sobre todo en aquellos que exhiben mayores desequilibrios y vulnerabilidades. Aunque habrá un proceso de diferenciación según los fundamentos, concluye Caballero, a la larga ninguno quedará completamente inmune. Así como antes salió el sol para todos, parece improbable que alguno pudiera evitar el mal tiempo.

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