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El viraje de Chile

noviembre 22, 2013 Deja un comentario Go to comments

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Cuando en marzo próximo el presidente Sebastián Piñera deje el cargo de presidente, podrá exponer un cuatrienio con grandes progresos económicos para Chile. Ha sido un período con resultados quizá tan destacables como los de Patricio Aylwin en el retorno de la democracia (1990-93) o los observados en los primeros cuatro años de la administración de Eduardo Frei (1994-97).

Durante este cuatrienio la economía chilena retomó el diferencial positivo de crecimiento frente al mundo, con una expansión cercana a 5,5% que la dejó bordeando los 20 mil dólares de ingreso per cápita (a paridad de poder de compra). Esto estuvo acompañado de un alto dinamismo del empleo y la caída de la desocupación a mínimos de cuatro décadas.

Como resultado, también los indicadores sociales mostraron avances. Primero, la pobreza e indigencia descendieron hasta 11% y 3%, respectivamente, según la CEPAL. Segundo, hubo mejoras en la distribución del ingreso, sobre todo en las generaciones jóvenes, aunque sigue siendo muy desigualitaria para el conjunto de la sociedad. Por último, tanto algunos estudios, como el fuerte aumento de la inmigración, dan cuenta de una mayor movilidad social que para los chilenos se ha facilitado por la elevada graduación en secundaria (85%) y cobertura terciaria (50%).

Es importante destacar que este buen desempeño económico no ha conllevado grandes desequilibrios macro: la inflación se ha mantenido por debajo de 3%, el balance fiscal está equilibrado, el déficit en cuenta corriente se ubica cerca de 3% del PIB, el gobierno es acreedor neto y los pasivos externos netos del país son apenas 10% del PIB.

Sin embargo, como era largamente esperado, los resultados de la primera vuelta electoral confirmaron que todos esos progresos no serán suficientes para que Piñera le traspase la banda presidencial a la candidata oficialista, Evelyn Matthei. Si bien Michelle Bachelet no ganó en primera vuelta, como esperaba su comando, lo hará con seguridad el 15 de diciembre.

Se han citado múltiples razones para esta derrota del oficialismo. Por un lado, están los conflictos al interior de la coalición de gobierno y su falta de renovación, así como las equivocaciones y torpezas políticas cometidas por el propio presidente y algunos de sus funcionarios de confianza. Por otro lado, ha estado el gran carisma de la propia Bachelet y su capacidad para acoger ciertas demandas sociales y convencer de que podrá abordarlas con mayor eficacia. Junto con la Nueva Mayoría –la coalición que la respalda y que resultó de agregar al Partido Comunista a la ex Concertación- terminó validando una gran inflación de promesas electorales.

El reclamo más notorio ha sido la gratuidad universal de la educación, el fin del lucro de las instituciones del sector y el fortalecimiento en la provisión estatal de enseñanza. Y a eso se agregaron planteos de mayor sindicalización, la creación de una Administradora de Fondos de Pensiones estatal, cambios al régimen de propiedad minera y hasta una menor autonomía del Banco Central.

Para todo ello, la coalición tendrá ahora el quórum necesario en el Congreso, aunque en algún tema necesitará el apoyo de los parlamentarios electos independientes (un senador y algunos diputados que le son afines). No llegó, sin embargo, a la representación necesaria (2/3) para la promesa más ambiciosa: convocar una Asamblea Constituyente que reemplace la Constitución actual.

En contraste, en lo que sí supera largamente el quórum requerido, es para aprobar los cambios tributarios destinada a financiar el mayor gasto fiscal (estructural) que implicarán las medidas en educación. Sería una reforma que sube la tasa del impuesto a la renta de las empresas, de 20% a quizá 25%, y elimina el régimen que premia la reinversión de las utilidades.

En resumen, podría decirse que el péndulo se movió desde cierto mayor énfasis en el crecimiento –el que la propia Bachelet da por descontado se mantendrá cerca de 5%- hacia reformas que supuestamente generarían una mayor igualdad.

¿Será todas estas sólo “promesas de campaña” y no necesariamente “acciones de gobierno”? En parte sí.

Primero, porque esta propia elección y otros sondeos de opinión, están lejos de sugerir cambios revolucionarios, como algunos de los que se han escuchado.

Segundo, porque como hace más de una década, Chile volverá a tener de ejemplo –en tiempos de “vacas más flacas”- los malos resultados de países latinoamericanos que ya concretaron algunas promesas electorales similares.

Por último, lo más importante: porque hacia 2014 el péndulo podría centrarse algo, una vez ratificado el escenario de desaceleración de este semestre y con sus efectos extendidos al mercado laboral.

Con todo, parece improbable que un “agenda menos ambiciosa” excluya la propuesta de reforma tributaria e incluya políticas que impulsen la inversión física y la productividad. Si bien estará la expectativa de un aumento en el capital humano por el mayor gasto en educación, en el neto el potencial de Chile podría verse resentido. Por lo tanto esto -combinado con un entorno externo menos favorable- anticipa un viraje hacia menores cifras de crecimiento, quizá otra vez parecidas al promedio mundial.

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