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El síndrome del «perro del hortelano»

El ingreso per cápita de los países pobres convergería al de los ricos, pero a una velocidad dependiente del tipo, desarrollo y calidad de las políticas e instituciones adoptadas. La primera parte de esta conclusión viene de la teoría económica neoclásica. La segunda -la condicionalidad- es el gran descubrimiento de las nuevas teorías de crecimiento desde los ochenta. El factor clave para dicha convergencia estaría en la movilidad internacional de los recursos.

En particular, cabe esperar que el capital vaya desde los países (generalmente ricos) donde abunda (y por ende tiene menor rentabilidad relativa respecto al trabajo) hacia aquellos (generalmente pobres) donde escasea, y por tanto, es comparativamente más rentable. Pero eso es posible si los “necesitados de capital” van mejorando sus políticas e instituciones (en relación al resto) y alejan el síndrome del “perro del hortelano”. Ese fue el refrán recientemente citado por el presidente uruguayo José Mujica  definiendo el criterio seguido para validar las grandes inversiones agropecuarias argentinas en ese país. Y también fue el usado por Alan García en una columna para graficar la estrategia económica de Perú durante su segundo mandato.

Acertadamente, ni Uruguay con las inversiones argentinas, ni Perú en general, cayeron en el síndrome del “perro del hortelano”.

Por un lado, en el caso uruguayo, es cierto que el boom de inversión en el sector agropecuario estuvo parcialmente determinado por algunas políticas anti-inversión adoptadas en Argentina. Además del recrudecimiento de la intervención estatal y los problemas generales de competitividad, allí vimos específicamente políticas de sustitución de importaciones y restricciones e impuestos a las exportaciones (detracciones).

Sin embargo, todo ello explicaría más la salida de capitales desde Argentina, que la elección de un destino en particular. Que Uruguay haya sido un gran receptor de esas inversiones estuvo evidentemente influido por su cercanía geográfica, pero sobre todo porque las políticas e instituciones del país lo hicieron propicio. Si los recursos no hubieran provenido de Argentina, habrían llegado desde otro lado.

Las oportunidades estaban en el sector debido al nuevo contexto mundial que enfrentaba el sector (altos precios y gran disponibilidad de financiamiento), pero sobre todo porque Uruguay preservó la apertura comercial y los derechos de propiedad, sin hacer grandes cambios tributarios, ni introducir detracciones u otros impuestos específicos. Y porque se trata, además, de un sector sin grandes rigidices, con flexibilidad para la entrada, concreción y salida de las inversiones. Algo que no es evidente en otras áreas de la economía.

Para el caso de Perú, por su parte, el ex presidente García aludía a la existencia de muchos recursos sin uso que no eran transables, que no recibían inversión y que no generaban trabajo. Y todo ello, decía “por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano…si no lo hago yo que no lo haga nadie”.

Como resultado, él mismo explicitó que la estrategia de gobierno, luego consolidada -en parte- como política de estado, pasaba por el fortalecimiento de políticas e instituciones que propiciaran la movilización de los recursos ociosos en materia territorial, minera, forestal, pesquera y laboral. Para ello también impulsó medidas similares a las mencionadas para Uruguay y que atrajeron inversiones argentinas al sector agropecuario, además de mantener baja la presión tributaria, reducir la burocracia estatal que trababa el emprendimiento y promover la inversión en infraestructura en transporte, energía y comunicaciones.

En una especie de paralelismo con la situación de Argentina-Uruguay, hay quienes hoy plantean que Perú debería aprovechar “la oportunidad” del alza en la carga tributaria de Chile y otras reformas que generan incertidumbre, para orientar parte de las inversiones hacia su país. “Si se implementa el cambio de rumbo que propone Bachelet, deberíamos aprovechar el momento para profundizar la apertura de nuestra economía y tomar el liderazgo económico de la región que el vecino del sur, probablemente, abandonaría”, planteó el diario El Comercio de Lima en un reciente editorial. Como en el caso de Argentina-Uruguay, más que por una salida de capitales desde Chile, esas políticas de Perú harían que le sigan llegando desde todos lados.

Estamos transitando tiempos de menor disponibilidad de flujos de capitales hacia los países emergentes. Es cierto que para la inversión extranjera directa -un componente clave en el reciente ciclo de crecimiento- los ajustes suelen ser más graduales que para el resto del financiamiento, pero la evidencia histórica sugiere que, a la larga, también se ve afectada. De hecho, ya hemos visto indicios de moderación en los flujos hacia muchos países, en simultáneo con una mayor selectividad por parte de los inversionistas.

Esto debería ser tenido en cuenta por países como Uruguay, Perú y sobre todo Chile, para fortalecer las políticas e instituciones (pro inversión) que los diferencien más de Argentina o similares. Y para alejar el síndrome del “perro del hortelano”.

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