Rusia: ¿dejá vù?
Rusia cierra 2014 en medio de una crisis económica que, hasta ahora, se ha reflejado en una maxidevaluación de su moneda, grandes pérdidas en la bolsa y un fuerte aumento del costo de financiamiento externo. Durante el segundo semestre, el dólar duplicó su valor frente al rublo y el riesgo país superó los 700 puntos básicos. Como resultado, las acciones cayeron en promedio 50% (en dólares) y la probabilidad de default de la deuda soberana subió a cerca de 30%.
¿Estamos en un dejá vù de la crisis rusa de 1998? ¿Cuáles serían las consecuencias para el mundo y América Latina?
Hay, evidentemente, ciertas similitudes con la situación económica de los noventa.
Es parecido el contexto mundial y sus consecuencias para países que tienen vulnerabilidades como las de Rusia. El crecimiento global se ubica bajo el promedio histórico y está liderado por China y Estados Unidos, con Europa y Japón cuasi estancados. Estamos también en un ciclo de menores estímulos por parte de la Reserva Federal, fortalecimiento del dólar y declinación de los precios de las materias primas. De ahí que el petróleo, que representa 54% de las exportaciones de Rusia, haya caído a la mitad en el último semestre, un ajuste casi idéntico al registrado entre 1997 y 1998, pero convergiendo por cierto a niveles muy diferentes (55 vs 11 dólares).
Otra similitud es la dirección de los flujos de capitales en el mundo. Como en los noventa, los activos emergentes están siendo menos privilegiados que los de Estados Unidos, al consolidarse la reactivación norteamericana y la Fed ir moderando los estímulos monetarios. Esto no parece que vaya a cambiar en el corto plazo.
A nivel interno, la principal semejanza con la crisis anterior continúa siendo la elevada dependencia del sector energético. Al petróleo hay que sumarle la importancia del gas. Ambos siguen totalizando cerca de dos tercios de las ventas al exterior y un tercio los ingresos fiscales.
Sin embargo, pese a estas similitudes, hay algunas diferencias significativas que apuntan, esta vez, a otro tipo de ajuste.
El principal contraste es el menor nivel de endeudamiento del gobierno. La deuda bruta cayó desde casi 100% del PIB en 1998 a cerca de 15% en 2015, tras varios años de superávit fiscal. Además, Rusia mejoró el manejo del endeudamiento estatal al extender sus plazos y diversificarlo por monedas.
La segunda diferencia relevante es la mejor posición financiera con el exterior. Luego de quince años de altísimo superávit en la balanza comercial, la economía es –en su conjunto- acreedora neta del resto del mundo. Parte de ello lo refleja el fuerte aumento de las reservas internacionales netas, desde 4% a 20% del PIB.
Estos avances tienden a descartar la repetición de un escenario de default como el registrado en 1998, pese a la mayor probabilidad implícita que los mercados hoy le asignan a una cesación de pagos. Pero no impedirían que el menor apetito por la deuda rusa y el mayor costo de financiamiento se extiendan, al menos, a 2015. Ni atenuarán una alta tasa de interés como la fijada recientemente por el Banco Central (17%), mientras se mantenga la presión cambiaria y la aceleración inflacionaria desde el 9,1% actual. Y menos un ciclo de problemas crediticios en las empresas y los bancos.
Con todo, cabe esperar entonces que Rusia enfrente esta vez una crisis cambiaria tradicional, más que una de solvencia. La devaluación de la moneda se justifica en la caída de términos de intercambio asociada al desplome del petróleo, el consiguiente ajuste de la demanda interna y el escenario recesivo previsto para los próximos trimestres. En efecto, tras el estancamiento observado por la actividad durante este año, en parte acentuado debido a las sanciones económicas de Occidente derivadas del conflicto con Ucrania, el PIB podría contraerse cerca de 5% en 2015, según algunas estimaciones.
Para el mundo esta crisis pone aún más en entredicho el escenario relativamente optimista implícito en los últimos informes de organismos multilaterales y entidades privadas. Después de todo, se trata de la sexta economía a nivel global, medida a paridad de poder de compra.
Por lo tanto, como ha sido la tónica de los últimos años, veríamos -ni bien empezado 2015- revisiones a la baja en las proyecciones de crecimiento global. Si bien la caída del petróleo podría impactar positivamente la actividad mundial, el efecto estaría sobredimensionado. Más que favorable, el desplome de la cotización aparece como una mala noticia al señalar reflejar más una debilidad de la demanda (crecimiento global), que una gran expansión de su propia oferta. Y por ende, en un contexto de fortaleza extendida del dólar a nivel mundial, resulta más probable que otras materias primas se acoplen a la caída del crudo, a que éste rebote y se pliegue a la mayor resiliencia del resto.
Para América Latina esto no implicaría un dejá vù del cierre de los noventa, pero sí otra señal de que el viento en contra recién está empezando y de que podría extenderse más allá de 2015.