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Uruguay 2015-2020

septiembre 27, 2014 Deja un comentario Go to comments

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En tiempos electorales, todo programa de gobierno debería asumir un escenario macro para los próximos años y sobre todo, un supuesto de crecimiento para el futuro quinquenio. Es esta quizá la variable fundamental por sus efectos económicos y sociales. ¿Qué cabría considerar? ¿Qué implicancias tendría?

Hay tres elementos básicos para delinear el crecimiento esperado para la economía uruguaya: 1) su capacidad potencial; 2) el entorno global y regional; y 3) los desequilibrios acumulados que condicionan algunas políticas.

1) Existe cierto consenso respecto a que la expansión de largo plazo de Uruguay, aquella que emerge en condiciones externas normales y un uso equilibrado de los factores productivos, estaría por debajo de las cifras observadas en la última década (6% promedio), pero por arriba de la registrada en la segunda mitad del siglo XX. Un estudio publicado recientemente por tres economistas del Banco Central (Güenaga, Mourelle y Vicente) confirma que el crecimiento potencial habría subido desde 2% a 3%, fundamentalmente por la mayor inversión y su efecto positivo en términos de productividad y demanda por trabajo.

2) En cuanto al entorno global y regional, el panorama 2015-2020 mostraría un fuerte deterioro respecto a lo observado en la década siguiente a 2003.

Uruguay pasaría de recibir un fuerte impulso externo a un escenario más bien adverso, como ya lo refleja la transición del último bienio. Seguiría desapareciendo “el viento de cola” e iría consolidándose “el viento de frente”.

Con Europa y Japón arrastrando problemas estructurales, el crecimiento mundial seguiría algo por debajo del promedio registrado en la última década. Si bien se afianzaría la reactivación de Estados Unidos, se estima improbable que China crezca sobre su potencial (7,5%) y que otros emergentes recuperen las expansiones previas. Con todo, eso no sería lo más desfavorable. El menor impulso vendría por el ciclo de normalización de tasas de interés de la Reserva Federal, quizá hacia cerca de 4% a mediados del quinquenio, un mayor fortalecimiento global del dólar y la consiguiente caída adicional en los precios de las materias primas. Esto mantendría el sesgo a la depreciación de varias monedas emergentes y menores flujos de capitales hacia América Latina.

De ahí que para Brasil las expectativas para los próximos años sigan siendo pesimistas. Por un lado, no se divisan reformas estructurales en pro de un mayor crecimiento potencial, sea cual sea el resultado electoral. Por otro, durante el próximo bienio, el gobierno deberá revertir el reciente impulso fiscal, sincerar algunas tarifas públicas, reducir el déficit y reencauzar la inflación. Todo ello en un escenario extendido de crecimiento mediocre y presiones devaluatorias del real.

Para Argentina, hay algunas expectativas de que las políticas podrían mejorar tras las elecciones presidenciales de octubre del próximo año. Sin embargo, eso parece más una expresión de buenos deseos que un escenario plausible.

Con todo, aún bajo esa expectativa, la economía argentina seguiría impactando negativamente a la uruguaya, al menos durante el próximo trienio.

En lo inmediato, durante 2015, Argentina continuaría en recesión, con una inflación creciente y fuertes presiones cambiarias.

Luego, hacia 2016, un hipotético mejor programa de gobierno debería inevitablemente contemplar un plan de estabilización, con un severo ajuste fiscal, menor monetización del déficit, gran devaluación real del peso y mayores tasas de interés. No es claro, por cierto, que un plan así vaya a funcionar, sin reformas estructurales pro inversión y/o recuperación del acceso al financiamiento externo. Y menos en un entorno internacional desfavorable.

3) Además del crecimiento potencial en torno a 3% y el menor impulso global y regional, están los desequilibrios acumulados por Uruguay en materia fiscal, inflacionaria, en cuenta corriente y de competitividad. Estos limitarán la capacidad de hacer políticas contracíclicas, pese a los avances en términos de manejo de deuda (desdolarización, mejor perfil de vencimientos), flexibilidad cambiaria, mayor liquidez en moneda extranjera y mejor posición patrimonial del sistema bancario.

En definitiva, dados estos elementos, parece razonable asumir que el crecimiento de Uruguay estaría por debajo del potencial de 3% durante el próximo quinquenio. Cuánto menos, es la gran duda. Alguien podría sugerir que si en los buenos tiempos fue tres puntos porcentuales superior, en un escenario opuesto la economía podría incluso estancarse. Pero es un análisis muy simple, que si bien eso no puede descartarse para un año puntual, parece muy poco probable para el período en su conjunto.

En cambio, de lo que no hay dudas, es que un ciclo de crecimiento menor a 3% llevará a un mayor déficit fiscal, un alza adicional del dólar en términos reales y una marcada desaceleración de la masa salarial.

Si bien algunos temas estructurales deberían ser prioritarios para el próximo gobierno, durante los primeros años la agenda estará dominada por los temas macro, sobre todo en términos de menor expansión del gasto público, consolidación fiscal, reencauzamiento de la inflación bajo presión cambiaria y promoción de políticas laborales (salariales) que atenúen los impactos en el empleo.

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