La Copa América del pesimismo
Diario Pulso (Chile)
Como decía John Templeton para las bolsas, los ciclos económicos también nacen en el período de mayor pesimismo, crecen en el escepticismo, maduran en el optimismo y mueren en la euforia. Esta Copa América toma al continente en una fase económica muy diferente a la imperante en los torneos de los últimos quince años.
En 2001, cuando Colombia fue campeón jugando de local estábamos con crisis por doquier, marcadas por un escenario de bajo crecimiento mundial, condiciones financieras restrictivas, dólar globalmente fuerte y materias primas deprimidas. El desimpulso externo desnudó vulnerabilidades y generó devaluaciones en Argentina, Brasil y Uruguay, mientras el resto de los países se estancó y registró alto desempleo.
De esa fase de pesimismo transitamos a una de escepticismo cuando fue campeón Brasil en Perú 2004. El clima externo se venía despejando por la caída de las tasas externas y del dólar, pero había muchas dudas sobre su duración. Era la etapa fácil marcada por altos márgenes en los sectores transables (precios elevados con costos aún bajos) e incipiente dinamismo en la demanda interna, favorecida por los excesos de ahorros y los mayores flujos de capitales.
En la Copa América de Venezuela, en 2007, que volvió a ganar Brasil, ya era todo optimismo. Hasta se hablaba del fin de los ciclos económicos y de un “cambio estructural” de América Latina. Y pese a la crisis financiera mundial de 2008-2009, el optimismo parecía casi euforia en la de Argentina 2011 que obtuvo Uruguay. Justamente, como argumento, se planteaba la resistencia mostrada por la región ante el colapso global. En cambio, se omitía que la salida de la crisis había sido con tasas bajas, dólar débil, alto crecimiento y rebote de materias primas.
Era “más de lo mismo” para América Latina, pero (previsiblemente) de duración acotada. Pasaron cuatros años, llegó la Copa América de Chile y la fase pesimista está de vuelta. Es cierto que países como Colombia, Chile, Perú e incluso Uruguay están mejor preparados que en el pasado, pero nadie está inmune del mal clima. Y lo peor es que podría durar hasta Brasil 2019.