EEUU: vivito y coleando
Semanario Búsqueda de Uruguay y Diario La Tercera de Chile
“La economía de Estados Unidos sigue casi grogui…la contracción actual ya es el período más prolongado de debilidad sostenida desde La Gran Depresión…Dislocaciones únicas…que tardarán años en corregirse. Entre ellas: la falta de empleo, la resaca de la deuda, la contracción de la industria de la defensa, el colapso bancario, la depresión inmobiliaria, la explosión en los costos de salud y el déficit federal desatado.”
Adivina adivinador: ¿a quién pertenece esta descripción de la economía estadounidense?
Seguramente usted ya está especulando que corresponde a algunos de los analistas internacionales más pesimistas de la actualidad. Pero lamento decirle que se equivoca. No pertenece a Paul Krugman, ni a Joseph Stiglitz, ni a Nouriel Roubini, ni a ningún otro economista apocalíptico.
Fue parte de un artículo de la revista “Time” de setiembre de 1992. En aquella época, esa economía venía saliendo de una crisis que tuvo algunos elementos en común con la actual (si bien fue de menor intensidad).
A principios de los ’90 Estados Unidos sufrió una fuerte recesión derivada del ajuste monetario requerido para combatir la elevada inflación de fines de los ’80, de la fuerte alza del precio del petróleo asociada a la Guerra del Golfo, del colapso financiero ligado a la quiebra de las Asociaciones de Ahorro y Préstamo (Savings and Loans) y de la aguda crisis que iniciaba Japón. Todo ello configuró un panorama tan sombrío como el descrito por “Time”, que —pese al triunfo militar en Medio Oriente— le costó la reelección al presidente George Bush (padre) frente a Bill Clinton. Y no sólo eso. Con la lenta caída del desempleo también le costó al Partido Demócrata perder rápidamente la mayoría parlamentaria en las elecciones de 1994. Algo que se especula podría también ocurrirle al presidente Barak Obama en los comicios del próximo mes.
Sin embargo, contra los pronósticos pesimistas de principios de los ’90, la economía estadounidense se recuperó y tuvo un ciclo dorado de alto crecimiento, con el desempleo cayendo a menos de 4% hacia fines de la década, un boom en los precios de los activos, altos superávit fiscales y una sostenida reducción de la deuda pública.
Algunos prestigiosos economistas como Reinhart y Rogoff sugieren que esta vez puede ser algo diferente. Y en parte tienen razón, porque los daños del sistema financiero, el alto endeudamiento privado y los elevados déficit fiscales configuran una mochila bastante más pesada que en aquella crisis. Pero de ahí a que Estados Unidos tenga una década perdida o repita el ostracismo japonés de los últimos 20 años hay un gran trecho.
Hay buenas razones para ser cautelosamente optimistas. De partida, basta ver la evidencia sobre la recuperación reciente de la economía durante los últimos trimestres. Pese a ser el epicentro de la crisis, Estados Unidos no sólo se contrajo menos que Europa y Japón durante 2009, sino que además mostró un mayor crecimiento este año, lo que podría extenderse a 2011.
Este mejor desempeño relativo no hace otra cosa que reflejar las diferencias, tanto en las políticas macroeconómicas como en el manejo micro. Por ejemplo, además de enfrentar una burbuja de activos bastante menos significativa que la observada en Japón, la respuesta estadounidense pos reventón ha sido mucho más ágil y adecuada en materia monetaria, cambiaria, financiera y fiscal.
La Reserva Federal redujo rápidamente la tasa referencial a cero, la ha mantenido en ese nivel por un largo tiempo y adoptó un programa agresivo de relajamiento cuantitativo, todo lo cual duplicó la cantidad de dinero en un breve plazo. Como resultado, a diferencia del yen, que acumula 20 años de fortalecimiento sistemático, el dólar lleva casi una década de debilitamiento constante, impulsando las exportaciones estadounidenses. En materia financiera, mientras los bancos japoneses han estado zombies todo este tiempo, el gobierno de Obama logró estabilizar el sistema a tiempo y la oferta de crédito ya podría ir reapareciendo si la demanda se recupera. Por último, si bien hay mucha discusión sobre el rol de la política fiscal para atenuar el ajuste, la respuesta de Japón en los ’90 fue mucho más lenta e ineficiente que la norteamericana y estuvo muy restringida por sus mayores niveles de endeudamiento.
Pero el mayor optimismo proviene de reconocer que —tras la crisis— la estructura microeconómica de Estados Unidos no ha cambiado tanto. Esto le permitiría mantener altas tasas en la productividad (por la gran flexibilidad de sus mercados) y en la innovación (por el respeto a los derechos de propiedad). Podría sostener, en definitiva, un crecimiento potencial en torno a 2%, una cifra bastante aceptable dado su estado de desarrollo.
Suele decirse que la historia no se repite pero rima. Si la dupla Geithner-Bernanke sigue imponiéndose y las señales de consolidación fiscal van emergiendo a medida que la economía va recuperándose, la repetición de un ciclo como el de los ’90 podría ser más probable de lo que hoy se estima. Aunque lo den por muerto, Estados Unidos sigue vivito y coleando.