España: rescate necesario, pero insuficiente
Semanario Búsqueda (Uruguay) y Diario Pulso (Chile)
Tras meses de especulación sobre la situación de su sistema financiero, finalmente España solicitó una línea de crédito por US$ 125 mil millones al resto de la Eurozona para usarla, en caso de ser necesarios, en la recapitalización de algunos bancos y cajas bancarias, y así evitarle posibles pérdidas a sus depositantes. Los recursos se canalizarían a través del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) ya existente o del Mecanismo Europeo de Estabilización (MEE) que entrará en funcionamiento el próximo mes. ¿Bastará con esto para contener la crisis española? ¿Será suficiente para cortar el contagio creciente sobre Italia y el resto de Europa?
Ambas preguntas no tuvieron respuestas positivas de los mercados esta semana. Si bien las plazas bursátiles mostraron inicialmente fuertes alzas y los costos de financiamiento español y de otros países tendieron a caer, dichas tendencias luego se fueron revirtiendo. La tasa de interés a 10 años para España alcanzó un máximo histórico de 6,8%, la de Italia volvió sobre 6% y las del resto de los países europeos también se movieron al alza, incluso en los considerados menos riesgosos. Así, las cotizaciones siguieron reflejando un fuerte escepticismo sobre el éxito de medida y el manejo general de la crisis.
La respuesta escéptica de los mercados tiene su lógica. Por un lado, es cierto que hay un avance al priorizar la estabilización bancaria. Si colapsa “el corazón del sistema”, la recuperación del resto de los órganos -también muy dañados- será aún más costosa. Y el corazón financiero estaba y está en riesgo de infartar, con el drenaje de depósitos generado por la crisis de Bankia y la desconfianza por una eventual salida de Grecia después de las elecciones. Lo urgente para España y otros países, era y es apuntalar el sistema bancario y la confianza de los depositantes. Eso se está haciendo y va en la dirección correcta.
Pero, por otro lado, la estabilización bancaria –aunque necesaria y prioritaria- no está exenta de costos, ni es suficiente. Primero, este apoyo es costoso para España al subir su deuda pública en casi diez puntos del producto, hasta 90% del PBI al cierre de este año. Esto valida mayores tasas de interés y refuerza el círculo vicioso de problemas financieros, menor crédito, estancamiento prolongado, mayor déficit fiscal y deuda creciente. Segundo, es costoso para el resto de los países de la Eurozona al convertirlos en codeudores solidarios y subirles los riesgos y las tasas de interés. De ahí el castigo generalizado de esta semana a los bonos europeos, incluidos los alemanes. Cabe mencionar que la alternativa de emitir deuda común (eurobonos), sin un pacto creíble o una verdadera unificación fiscal, podría generar efectos similares.
El rescate no es suficiente porque –a juzgar por otras experiencias recientes de manejo de crisis financieras (y fiscales), como la de Estados Unidos, con moneda propia, y la de Irlanda, pegada al euro- otras condiciones son esenciales. En efecto, también se requiere consolidar la situación fiscal y mejorar las perspectivas de crecimiento, tanto en el corto como de largo plazo.
La consolidación fiscal no necesariamente implica el equilibrio inmediato de las cuentas públicas, sino un manejo creíble que –aún con déficit por algunos años- despeje cualquier duda de insolvencia en el tiempo. Pero tampoco significa vía libre para mayor gasto público o recortes de impuestos invocando el supuesto efecto reactivador que ello tendría, cuando en realidad un relajamiento de la austeridad podría acentuar la recesión al acrecentar los riesgos de insolvencia y las tasas de interés.
Por su parte, el mayor estímulo para una reactivación rápida de España y otros periféricos pasa por mejorar su competitividad. Pero el problema es que –bajo el esquema de unión monetaria, fuertes asimetrías entre Alemania y el resto, y gran animadversión germana a la inflación- el mecanismo de una depreciación no inflacionaria del euro parece acotado. Para ello se requiere un gran impulso monetario que el Banco Central ha estado renuente a dar, aunque las circunstancias quizás lo hagan cambiar de opinión en los próximos meses.
Quedan, por lo tanto, las opciones de recuperar la moneda propia, con una salida de la Eurozona, –a esta altura quizás sólo rentable para Grecia-, o permanecer en ella, pero acelerando la reducción de costos y el aumento de la productividad. Tanto para esto, como para mejorar las perspectivas de largo plazo, sería necesario adoptar un conjunto de políticas públicas e instituciones semejantes a las alemanas que aceleren la convergencia de los periféricos a los centrales. Irlanda está claramente en esa dirección, pero no parece que sea el caso de España, Italia y Portugal. Al contrario, todo indica que estos siguen por el camino fácil de centrarse en políticas de demanda (por sobre las de oferta), reclamándole ahora a Alemania que –a través de mayor gasto y garantías crediticias- sustituya el otrora rol desplegado por el gasto público, las transferencias y los préstamos baratos. ¿Bastará que los alemanes cedan para evitar la desintegración?