Las megatendencias económicas mundiales de las últimas cuatro décadas
Búsqueda (Edición aniversario, 40 años)
A inicios de los setenta, ya estaban en gestación las principales megatendencias observadas en la economía mundial durante las décadas siguientes. Hoy, 40 años después, varias de ellas se han afianzado y todo indica que seguirán vigentes en el mediano plazo. ¿Cuáles son esas megatendencias?
La más importante fue la consolidación del capitalismo como el sistema económico predominante y del mercado como el mecanismo más eficiente y eficaz para la asignación de los recursos. Los hitos fundamentales en este proceso fueron las reformas liberalizadoras de Deng Xiaoping en China, en 1978, y la caída del muro de Berlín, en 1989.
Como resultado, cerca de un tercio de la población mundial pasó desde un régimen de producción comunista a uno capitalista. Dicho proceso -a veces cuestionado o acusado de generar mayores desigualdades- no ha tenido marcha atrás, pese a las recurrentes crisis observadas en distintos países. Ni siquiera lo revirtió la Gran Recesión registrada recientemente en los países desarrollados. Esto marca un fuerte contraste con lo acontecido tras la Gran Depresión que derivó en el fortalecimiento de las economías planificadas y una alta participación estatal en las actividades productivas.
Actualmente, si bien hay algunas señales de mayor dirigismo de los gobiernos, los estados parecen mantener un rol subsidiario y estar focalizados en la regulación de algunas actividades, así como la provisión de servicios (o subsidios) en materia social.
Otra megatendencia ha sido la globalización. El mundo ha alcanzado un grado de integración comercial, financiera y cultural incluso superior al observado durante la segunda mitad del siglo XIX, el período previo de mayor interacción global. En contraste con ese proceso, que sufrió un fuerte retroceso en los 40 años que siguieron a la crisis del ‘29, el actual parece más difícil de revertir, al menos por dos razones.
Primero, debido a la fuerte caída en los costos tecnológicos, de transporte y comunicaciones. Aunque se quisieran imponer trabas o barreras, hoy no serían muy eficaces.
Segundo, por el reconocimiento, tanto a nivel académico como político, del efecto favorable de la globalización en el crecimiento y desarrollo económico, sobre todo de los países emergentes. Ahora “la tierra es plana” ha dicho el periodista estadounidense Thomas Friedman para simbolizar esa mayor igualdad de oportunidades.
Y ha sido justamente el crecimiento económico un tema que ha cobrado mayor relevancia y prioridad para muchos gobiernos durante las últimas décadas. Esto también se explica por, al menos, dos razones.
Primero, por tratarse de la condición necesaria más importante (aunque no suficiente) para la reducción de la pobreza, la mejora en los indicadores de desarrollo humano y la mayor igualdad de oportunidades. A todo ello el crecimiento contribuye en forma directa, pero también indirectamente vía las políticas sociales que financia la mayor recaudación tributaria asociada.
Segundo, por la revalorización del tema en la agenda de investigación económica, después de décadas concentradas en el estudio del ciclo (tras la crisis del ’29) o en los determinantes de la inflación. Así, en contraste con períodos previos de la humanidad, donde el énfasis en pro de mayor crecimiento se puso en la tierra como fuente de riqueza, o en medidas activas pro industrialización, o en estímulos de demanda al estilo keynesiano, el foco ha girado hacia políticas de oferta que incentiven la inversión en capital y trabajo, así como su productividad.
Para ello se ha tomado conciencia sobre la necesidad de respetar los derechos de propiedad, minimizar los cambios de reglas, darle gran impulso a la competencia, desarrollar mercados financieros estables, y mantener una carga tributaria baja y poco distorsionadora de la asignación (eficiente) de los recursos.
Pero, sobre todo, se fue detectando que las tres variables más relevantes en los países más exitosos han sido la estabilidad macroeconómica, la apertura comercial y el capital humano. Por eso también caen dentro de las megatendencias gestadas y consolidadas durante las últimas cuatro décadas.
Hasta los setenta se reconocía poco el efecto de la estabilidad macroeconómica en el (mejor) desempeño relativo de los países.
Con el tiempo se han ido internalizando las ventajas de la solvencia fiscal lograda con una baja presión tributaria, de la inflación baja apoyada en una genuina autonomía del Banco Central y de la estabilidad financiera sustentada en adecuadas prácticas de regulación y supervisión.
También se fue consolidando el consenso sobre la estrecha conexión entre déficit fiscal e inflación, especialmente cuando su financiamiento descansa en impresión monetaria. Y también fue ganando terreno la idea de que, en el largo plazo, no puede obtenerse un poco menos de desempleo a cambio de más inflación. Esa disyuntiva, conocida como la Curva de Phillips, sólo puede darse en el corto plazo. A la larga, la inflación es esencialmente un fenómeno monetario y el desempleo converge a su tasa natural.
Y adicionalmente, con la caída del sistema de Bretton Woods en 1973 y el tránsito hacia un mundo de paridades internacionales (y regionales) volátiles, hizo aconsejable pasar –en el contexto de una elevada rigidez (a la baja) en salarios nominales- hacia esquemas cambiarios flexibles y una alta participación de la moneda nacional en los sistemas financieros. Eso elevó la autonomía monetaria de los países y su capacidad para enfrentar escenarios económicos adversos, aún bajo la creciente integración financiera global.
Tan megatendencia fue la estabilidad macroeconómica que el período comprendido entre mediados de los ochenta y el colapso financiero de 2008 fue conocido como “La Gran Moderación”, debido a la caída global de la inflación y de la volatilidad del crecimiento. Si bien “esta vez puede ser diferente” como han sugerido Reinhart y Rogoff, aún no existe evidencia contundente a favor del fin de ese proceso histórico.
Tampoco la hay respecto al surgimiento de un proteccionismo generalizado como el observado en el mundo entre los treinta y los setenta, luego de la crisis de 1929. La adopción de algunas trabas aisladas puede reflejar cierto estancamiento del proceso global de apertura comercial, pero son insuficientes para sugerir una reversión súbita y extendida de esta megatendencia. En parte debido a la creciente relevancia de China, India y los países emergentes en general –que ya representan el 50% del producto mundial- y cuyo éxito ha estado estrechamente ligado, como condición necesaria (aunque no suficiente), a una elevada inserción externa. Y menos aún con la evidencia contundente en la ciencia económica respecto al declive (relativo) de aquellos países más cerrados al comercio.
Además de la estabilidad macro y la apertura comercial, también se ha revalorizado el rol del capital humano como determinante del crecimiento económico. Por un lado, dicho aporte puede lograrse estimulando la participación de la población en el mercado laboral, así como en aumentar la cobertura y la calidad de la educación. Y por otro, puede provenir de canales menos formales como el learning by doing (aprender haciendo) o del contacto con la tecnología. Para que estos últimos se materialicen bastaría, según Robert Lucas y Paul Romer, con estar plenamente integrados al mundo. Quizás lo realmente exógeno es la apertura comercial y el capital humano bastante endógeno.
Por último, estrechamente ligada a varias de las megatendencias mencionadas, está quizás la más relevante de estas cuatro décadas: el ascenso de China al liderazgo económico mundial y algunas de las consecuencias macroeconómicas que ello ha generado.
Así, tras iniciar el tránsito al capitalismo con las reformas liberalizadoras 1978 y retomar la globalización con una mayor apertura comercial, el gigante asiático se expandió casi 10% en promedio durante estas décadas, alcanzando hoy el Producto per cápita que Estados Unidos exhibía a mitad del siglo XX (9 mil dólares a paridad de poder de compra). Esta brecha de ingreso y las estimaciones disponibles sugieren que China podría mantener un alto crecimiento al menos por otra década, aunque a un ritmo menor al observado hasta ahora y con una mayor dependencia de la demanda interna. Además de un piso más elevado para la expansión mundial, eso extendería por algún tiempo el ciclo de precios históricamente altos para los productos básicos, sobre todo al incorporar el escenario de debilitamiento estructural del dólar.
A su vez, como China crece con inflación controlada y mucho ahorro interno, en un contexto de déficit global en la generación de activos “seguros”, continuaríamos en un mundo de tasas bajas, condiciones financieras expansivas y rotación de burbujas.
Esto seguirá impulsando la “cosecha” de Uruguay y otros países de América Latina durante los próximos años. Y también algo de “siembra” acompañando el resto de las megatendencias descritas. Queda la duda, sin embargo, si todos la harán con la velocidad y profundidad de los líderes. Una “siembra” poco ambiciosa podrá traer avances absolutos, pero frustraciones y retrocesos relativos.
Lamentablemente Uruguay sigue entrampado en ideologias setentistas, donde la tierra es un factor fundamental para los genios de este gobierno, y la única forma de hacer políticas sociales es subiendo el salario de reserva, con la consiguiente caída de la PmgL