Amenazas consumadas
Búsqueda (Uruguay) y Pulso (Chile)
Hacia el cuarto trimestre del año pasado, el consenso sobre las perspectivas económicas mundiales para 2015 era, en esencia, “más de lo mismo”. Las tendencias observadas en 2014 se acentuarían, pero no en forma muy traumática. Todo se veía muy gradual. Eso estaba implícito, sobre todo, en el informe de octubre del FMI y en los análisis de bancos centrales y entidades privadas. El crecimiento mundial sería algo mejor que el año pasado, liderado por Estados Unidos, y la Reserva Federal subiría la tasa de interés lentamente desde el segundo semestre, mientras seguiría –en forma moderada- el fortalecimiento global del dólar y la caída de los commodities. Habría, por ende, menores flujos de capitales hacia los países emergentes, pero sin una gran crisis. Sin embargo, “el diablo estaba…en los riesgos del consenso”.
Como planteaba en una columna de noviembre, el balance aparecía claramente inclinado hacia escenarios más pesimistas, sobre todo respecto a sus consecuencias para América Latina.
Antes de terminar el primer mes del año, varias de esas amenazas se han ido materializando o acrecentando.
Primero, no parece que el crecimiento global vaya a acelerarse este año. Si bien el FMI rebajó nuevamente su estimación hasta 3,5% -una cifra aún mayor a la de 2014- ésta no sería la última revisión. Los antecedentes actuales apuntan a que seguramente habrá recortes adicionales a medida que avanza el año. De hecho, pese a internalizarse el menor crecimiento para China, la recesión en Japón y la crisis de Rusia, aún se proyecta un escenario relativamente optimista para la Eurozona y sobre todo, para los grandes exportadores de petróleo, varios países de América Latina y otros emergentes vulnerables.
Segundo, todo esto ha sido consistente con la profundización de las divergencias dentro de los países desarrollados y del rebalanceo en el crecimiento mundial. En efecto, los últimos indicadores consolidan la idea de «una década ganada» para Estados Unidos. Excluyendo la contracción del primer trimestre de 2014, atribuible a factores climáticos, la economía norteamericana ha estado creciendo a un promedio cercano a 4% desde mediados de 2013. Y el FMI estima 3,6% para 2015 y 3,3% para 2016.
Así, las divergencias se han acentuado particularmente con la Eurozona y Japón, en los cuales la actividad seguiría muy débil en los próximos trimestres, pese a los anuncios de mayor expansión monetaria. En el caso europeo, además, la situación estaría agravada por las acrecentadas asimetrías, los problemas políticos y la compleja situación de Grecia. Como resultado, no podría descartarse un escenario con el euro en torno a un dólar, y éste cerca de los 150 yenes.
Por su parte, el rebalanceo global también ha quedado ratificado con las cifras de China del último trimestre. Definitivamente el crecimiento aterrizó a cerca de 7% y este sería el ritmo que prevalecería durante este año, con el riesgo hacia una cifra menor. De ahí que también se haya consolidado cierta depreciación del yuan frente al dólar, aún cuando su tendencia de largo plazo sigue siendo al fortalecimiento.
Tercero, el colapso del petróleo, si bien está influido por una mayor oferta y favorece a algunos países desarrollados, es un reflejo justamente de esa expectativa de menor crecimiento y rebalanceo global.
Por un lado, se debe a la menor demanda implícita en una economía mundial que sigue creciendo por debajo de su promedio histórico. Y por otro, obedece también a la menor inflación en dólares (o deflación) derivada del fortalecimiento de la moneda estadounidense por ese rebalanceo. Esto ha sido particularmente evidente durante el último trimestre, con una apreciación global del dólar de 10%, que podría continuar.
Cuarto, de lo anterior puede inferirse que algunos de los determinantes de la caída del petróleo, también son válidos para el resto de las materias primas. El hierro, el gas y el azúcar ya han sufrido desplomes parecidos en este ciclo. Y parece difícil de justificar que una corrección similar no se extienda a otros más resilientes, como el cobre, la celulosa y los granos.
En definitiva, más allá de los factores “micro” que pueden incidir en cada producto, dominan las causas “macro” que influyen en forma transversal. Por lo tanto, lo que inicialmente, aparece para varios importadores netos de petróleo como una ganancia de términos de intercambio, podría irse revirtiendo a la larga, ante caídas más generalizadas y sincronizadas.
Quinto, es cierto que todo este panorama puede aumentar “la paciencia de la Fed” y retrasar el inicio del ajuste de la tasa de interés. Lo justifica el desplome en las expectativas de inflación. Sin embargo, no necesariamente esto tendría un gran impacto positivo en América Latina porque ese ajuste monetario seguirá latente. Tanto esto como los peores fundamentos, externos e internos, seguirán reduciendo la llegada de capitales. Y eso continuaría reflejado en alzas de spreads de crédito, mayor costo de financiamiento y depreciación adicional de las monedas.
Conclusión: si se confiaba en un mayor impulso externo para revertir la desaceleración que enfrenta la mayoría de América Latina, todo apunta en dirección contraria. Es hora de abandonar aquel escenario de consenso y asumir uno definitivamente pesimista.