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Argentina: la tensa calma antes de…

La intensidad de las últimas semanas en materia judicial y política en Argentina ha contrastado con el verano relativamente tranquilo en lo económico. ¿Será sostenible? ¿O es una tensa calma antes de la implosión largamente anticipada? ¿Qué cabe esperar para 2015?

Como es sabido, dos grandes eventos marcaron la coyuntura económica argentina de 2014.

Primero, en enero, estuvo el momento crítico de la corrida cambiaria que tímidamente había empezado en 2011 y se había profundizado en los años subsiguientes.

Luego, en julio, vino el “default selectivo” tras el fallo de la justicia de Estados Unidos que inhabilitó seguir pagando los bonos reestructurados mientras no se le abonara a los acreedores que no aceptaron el canje y que reclamaron ante los tribunales estadounidenses (los llamados holdouts).

Ninguno de estos eventos desencadenó la mega crisis que muchos preveían. La economía siguió en su larga agonía y que en 2014 se reflejó en una contracción del PIB (estancamiento según las cifras oficiales), aceleración adicional de la inflación (25% oficial y 39% según privados) y profundización de otros desequilibrios.

Lo que esos eventos sí desencadenaron fueron algunos ajustes menores de políticas, pero sin modificar el modelo general. No hubo cambios de fondo que revirtieran el proteccionismo, la sustitución de importaciones, las extendidas intervenciones estatales o los controles cambiarios, pero se tomaron ciertas medidas (superficiales) para sobrellevar los grandes desequilibrios y comprar algo de tiempo antes de su inexorable resolución.

Los mini ajustes pasaron fundamentalmente por el recorte de subsidios, algunas alzas de tarifas públicas y una política monetaria algo más restrictiva. Hubo también, en el primer semestre, algún intento de mejorar la relación con los organismos multilaterales y acercarse a los mercados, en parte por necesidades de financiamiento. Pero eso duró poco ante las extendidas malas prácticas estadísticas y las consecuencias del propio “default selectivo”. Estos hechos disiparon rápidamente la expectativa de volver a emitir deuda.

Con todo, el principal objetivo de esos mini ajustes -frenar la corrida cambiaria y estabilizar las reservas internacionales- se consiguió. Para ello fue clave, además del alza de las tasas de interés, la asistencia financiera de China (swap) y en menor medida, la mantención de los controles cambiarios.

Por cierto que se trata de una “estabilización” muy frágil y precaria.

Primero, las reservas son muy bajas en términos brutos (apenas US$ 31 mil millones) y su caída ha seguido en términos netos, hasta sólo US$ 11 mil millones (excluyendo el oro).

Segundo, la brecha cambiaria entre el dólar oficial (en torno a $ 8,6) y el paralelo (en $ 13,5) continúa siendo muy alta (57%), sin atacarse las causas de fondo de las expectativas de devaluación y la salida de capitales.

En efecto, además del agotamiento del modelo económico, se ha acentuado el mal endémico de Argentina: la insostenibilidad de las finanzas públicas. En 2014 el gasto público se situó en torno a 40% del PIB y el déficit fiscal en cerca de 5% del PIB, según el FMI. Y en ausencia de otras fuentes de crédito, su financiamiento ha recaído mayoritariamente en emisión monetaria. Eso hace improbable que, a la larga, las expectativas de devaluación sigan muy contenidas en ausencia de un gran ajuste fiscal, o una mejora general en la calidad de las políticas públicas o, por último, una renovada bonanza externa.

Evidentemente eso no ocurrirá en 2015. El año se perfila marcado por un deterioro adicional del entorno internacional, pero sobre todo por los condicionamientos de las elecciones presidenciales de octubre.

Pese a que Argentina está entre los países ganadores por la caída del petróleo al ser un importador neto, se verá afectado negativamente por los menores precios de los granos, la recesión extendida en Brasil y el fortalecimiento global del dólar. A su vez, todo indica que el financiamiento externo seguiría restringido, aún incluso si hubiera una negociación con los tenedores de bonos que no fueron al canje (holdouts). Sin espacio para políticas expansivas de demanda, todo lo anterior implicaría otro año de contracción de la actividad, aún cuando las cifras oficiales den cuenta de un leve crecimiento del PIB.

Que haya elecciones presidenciales condiciona, al menos, en dos frentes.

Primero, incide en el manejo del gobierno tendiente a rechazar cualquier ajuste fiscal, pero también a limitar desbordes inflacionarios o cambiarios en el corto plazo. Para esto último, como en 2014, la tasa de interés sería la principal variable de ajuste. Esto ha llevado a algunos analistas a sugerir que en 2015 la inflación verdadera y la subida del dólar en el mercado paralelo serían algo menores a las registradas el año pasado (40%), aunque en verdad estarían nuevamente determinadas por el (incierto) tamaño del déficit fiscal y su financiamiento monetario.

Segundo, el ciclo electoral mantiene latente ciertas expectativas de que las políticas podrían mejorar a partir de 2016. Si bien continúa siendo más una expresión de buenos deseos que un escenario plausible, podría ayudar a la “estabilización” frágil y precaria de este año.

Por todo eso, quizá 2015 sea para Argentina un año económico de tensa calma, en transición a 2016, que será clave en términos del desenlace del modelo, ya sea porque lo impone la realidad (local o internacional), o por convicción política.

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