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La economía china: ¿bomba de tiempo?

El País

Durante las últimas semanas ha habido mucha atención en la crisis de Argentina y en su eventual desenlace, sobre lo cual escribí en la columna del 2 de mayo. Pero menos foco se ha puesto en los desarrollos económicos recientes de China y sus perspectivas. Esto es mucho más decisivo para el comportamiento del mundo y de nuestros países. Merece mucha mayor atención. ¿Es la economía china “una bomba de tiempo” como ha dicho el presidente Biden? ¿Qué podemos esperar en el horizonte previsible?

De la desaceleración estructural de China suele derivarse una perspectiva pesimista y preocupante, quizás algo exagerada, porque era natural y esperable el tránsito hacia un menor crecimiento potencial.

Ahora China crece menos porque ya creció mucho. Eso sugiere la teoría de la convergencia y las experiencias de Corea del Sur, Taiwán u otros países que pasaron por procesos similares. Cuando se adoptan políticas e instituciones en pos de una economía capitalista, moderna y dinámica, suele haber un período de altísimo crecimiento del PIB al propiciarse la inversión en capital físico, la movilización del trabajo hacia mayor/mejor producción y el salto en la productividad de dichos recursos. Es la etapa fácil de “la puesta al día” y del tránsito de país pobre a uno de mayores ingresos.

En ese proceso de convergencia hacia mayor PIB per cápita, China creció a una tasa promedio anual de 10% en los 35 años siguientes a las reformas de Deng Xiaoping (1978-2013). Y previsiblemente, durante la última década, su expansión descendió a 6%, como consecuencia natural de ese catching up.

Por eso mismo, en la actualidad y los años que vienen, el crecimiento potencial de China debería haber bajado otro escalón, quizás al entorno de 5%. Sin mucho espacio para subir la contribución del capital físico, con una tasa de inversión cercana al 45% del PIB, se vuelve difícil contrarrestar esa desaceleración estructural sin mejoras sustantivas de los aportes del capital humano y la productividad. Estos, por lo demás, están desafiados por el declive de la población, la lenta diseminación de las mejoras en educación y la escasez de nuevas reformas liberalizadoras que estimulen la eficiencia y la innovación en varios sectores.

Pero si bien su crecimiento potencial descendió a la mitad, la incidencia de China en la expansión económica del mundo sigue siendo similar porque ahora pesa el doble en el PIB mundial. Su ponderación pasó desde 10% a 20% en los últimos 15 años. Ahora crece menos, pero lo hace a partir de “una base mucho más grande”.

En ese sentido, si se asume 5% de crecimiento potencial de China, su aporte directo al crecimiento mundial seguiría estando en torno a un punto porcentual. Antes crecía 10% y ponderaba 10%. Ahora crece 5% pero pesa 20%.

Pero en torno a ese crecimiento potencial, la economía china ha sido una montaña rusa durante la última década. No sólo cayó el crecimiento económico de China, sino que también aumentó su volatilidad, en parte por los mayores vaivenes globales, en parte por las dificultades para rotar hacia motores internos.

Hacia 2015 pagó los costos de las políticas expansivas para enfrentar la crisis financiera global de 2008-09 y luego la guerra comercial con Trump. Colapsó con la pandemia en 2020 y tuvo un rebote impresionante en 2021. Recayó en 2022 y se recuperó a principios de 2023 con la normalización de la movilidad, pero sin consolidarse después del primer trimestre. La economía se desaceleró durante los últimos meses, sobre todo en el sector manufacturero, e irrumpieron dudas sobre si llegará a crecer 5% éste y el próximo año.

Por un lado, no ha recibido un gran impulso desde el resto del mundo, y por otro, lidia con algunos problemas internos. Entre ellos, la lentitud para implementar nuevas políticas de oferta, el alto endeudamiento en las provincias y algunos sectores económicos, la crisis de empresas inmobiliarias, el enorme desempleo juvenil y el deterioro en el clima de negocios por mayor dirigismo e intervención estatal de los últimos años en ciertos conglomerados económicos.

Estos temas parecen más preocupantes que en el pasado, aunque paralelamente también siguen presentes algunos fundamentos que otrora descartaron escenarios de sobreajuste o crisis en China.

Continúa vigente su capacidad de desarrollar políticas contracíclicas porque casi no las usó en la pandemia, ni tiene grandes desequilibrios macro.

Primero, su tasa de ahorro nacional sigue estando en torno a 45% del PIB, la cuenta corriente de la Balanza de Pagos es superavitaria y la tasa de interés muy inferior al crecimiento del PIB.

Segundo, la dudosa reactivación y las consiguientes caídas de los precios de commodities han reintroducido presiones deflacionarias, las cuales -potenciadas por cierta depreciación del yuan- se exportan al mundo y validan ciertas políticas expansivas.

Ya el Banco Central bajó los encajes bancarios y la tasa de interés referencial a sólo 2,5%, mientras se proyectan algunos impulsos fiscales, mayor gasto en infraestructura y cierta expansión discrecional del crédito.

Todo eso probablemente ayudará a estabilizar el crecimiento en el corto plazo, pero no necesariamente mejorará la perspectiva estructural para la segunda mitad de esta década, a menos que haya cambios sustantivos en políticas de oferta. Así, la economía china tiene mecanismos y espacios para desactivar riesgos en lo inmediato. Habrá que ver si también a la larga.

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